martes, 6 de noviembre de 2007

Pedanteitor: clase universitaria

Pedanteitor es el pelota definitivo. El engreído integral que solo algunos llevan dentro; aquellos demasiado vanidosos como para rebajar su personalidad superior al resto. Pedanteitor está por todas partes, se camufla entre la gente. Puede aparecer en el café, en el trabajo, incluso en un garito. Frecuentemente se deja caer por las clases de las distintas carreras universitarias... para impresionar a todo profesor o alumno que se le ponga a tiro. Él no habla nuestro idioma; habla el lenguaje de los libros enrevesados de Derecho. Viste con aire de empollón refinado y suele llevar gafas, aunque no siempre ocurre así. En caso de que te encuentres con él, no te pongas nervioso. Pedanteitor huele el miedo. Simplemente espera tu oportunidad para dejarlo mal. No hay cosa que le moleste más que eso...
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"Todo ocurrió aquella mañana de primeros de noviembre en mi clase de Derecho Político. Recuerdo que estaba sentado en las primeras filas, escorado hacia la parte derecha del aula. Desde mi posición tenía una buena visión de la mesa del profesor, con aquella obsoleta y sucia pizarra al fondo, colgada sobre la inmensa pared de yeso pintado de blanco. Era la primera vez que aparecía por la facultad tras el inesperado viaje por el centro de Europa. Al principio me costó enchufarme a la clase. Amparo Andúrez siempre hablaba muy despacio y con poca proyección de voz. Su tono se escuchaba viejo, áspero y débil como la rama reseca de un árbol caído. Sus discursos, aburridos, consistían en el dictado monótono del manual de la asignatura, poco interesante en lo que llevábamos de curso.
Entonces me fijé en Fernando. Estaba sentado en la primera fila, en la parte izquierda, justo enfrente de la figura solemne de la profesora, que continuaba a lo suyo hablando como un disco rallado. Fernando del Castillo. En lo que iba de mañana había oído hablar de él. Tenía fama de chulo y de ser algo pedante al hablar. Tratando de distraerme lo menos posible, aparté esos comentarios de la gente sobre Fernando y me dispuse a atender ya en serio las soporíferas explicaciones de la constitución del Parlamento. Sin embargo, el propio Fernando enseguida se iba a encargar de corroborar todos esos rumores...
-A ver, por favor, un poco de silencio, que un compañero vuestro tiene una pregunta -dijo la profesora al comprobar que Fernando, en un clima de creciente murmullo y risitas contenidas, levantaba su mano izquierda.
-Con el debido respeto, me temo que discrepo en eso últmo -dijo con tono firme y contundente.
-Cómo dices? -respondió sorprendida la profesora entre las primeras risas y cuchicheos del resto de la clase- Silencio, por favor! A qué te refieres, Fernando?
Recuerdo que Fernando se acomodó en la silla con calma mientras preparaba su discurso. Parecía muy concentrado en lo que estaba a punto de decir y le importaba más bien poco el movimiento que su intervención había generado en la clase. Incluso me atrevería a decir que disfrutaba con la expectación que levantaba entre todos nosotros.
-He de decir -comenzó forzando una mueca-, que no es que pudiésemos asistir a un compendio de incorrecciones jurídicas a nivel constitucional de la configuración intrínseca de las comisiones de investigación.
Algunos de los que estaban sentados al fondo se echaron a reír y a soltar algunos comentarios ofensivos a Fernando. Yo alucinaba con su retórica y sus gestos de político conciliador, pero escuchaba atento:
-Todo el mundo sabe, estimada Amparo, que la labor parlamentaria de las comisiones debiese prestar un servicio más equilibrado que las consideraciones que Usted y el profesor Navarro Valles, efectúan en su libro sobre las mismas. Lo realizan de forma rigurosa, eso hay que admitirlo; pero entiéndame que poco precisa para lo que cabe esperar por parte de éste, su alumnado.
Ahora la carcajada fue general. Por mi parte, me había quedado tan flipado que perdí totalmente el hilo de la pregunta. La profesora mandó callar de manera más enérgica y añadió:
-Eso que insinúas, Fernando, es admisible. La verdad... creo que sé por donde vas, pero...
-Los plazos de deliberación.
-Ah, sí! Los plazos! Con vistas a la toma de decisiones importantes, no? La verdad..., mmm, no estoy segura de si te refieres a eso...
-A eso mismo -respondió con una sonrisa altiva de satisfacción-. Puede observarse, desde mi humilde criterio de estudiante de la profesión, un mismo problema de base en la aplicación resolutiva de criterios de eficiencia en la constitución de las comisiones parlamentarias y/o en la ventaja sine quanon que produce el servicio prestado desde el Senado.
La clase y yo mismo, ya sea por curiosidad, por incredulidad o por ambas cosas a la vez; habíamos ido guardando más y más silencio a medida que Fernando se explicaba. Amparo Andúrez, aquella viejecita de rudo carácter, voz cascada y semblante serio, sentenció la intervención diciendo:
-Je, je, je, cómo eres, Fernando! Revisaré tu trabajo esta misma tarde y te comentaré vía e-mail esa última apreciación.
Aitor Casado era todo lo contrario a Fernando: un tipo anárquico y poco aplicado, con peinado de rastas y apariencia desaliñada de porrero consumado. Era un poco pintas y solía sentarse por el final, pero aquella mañana lo tenía a mi lado. Justo entonces, medio en broma, medio en serio, me dijo lo siguiente:
-Yo creo que se la folla. Ya sabes; para que le ponga una buena nota.
Aquellas palabras, pese a que Aitor no procesaba la clase de humor que a mí me gusta, me hicieron gracia.
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A la salida de clases me disponía a atravesar la puerta principal de la facultad para dirigirme hacia la parada de autobús rumbo a casa cuando de repente avisté a Fernando a lo lejos. Bajaba por el camino de detrás del edificio y en ese momento se quitó el disfraz de persona humana y descubrió su armadura morada y azul. Lo que había estado sospechando el resto del día se acababa de confirmar: Fernando era Pedanteitor, despiadado y prepotente".

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