Ayer en mi clase de Derecho de la Información se inició un debate que acabó resultando mucho más interesante de lo que al principio parecía prometer. A decir verdad, aparentaba ser bastante nimio y terminó relevándose como algo atrayente y con una conclusión de fondo cuando menos inquietante. Esa conclusión, que la extraigo yo con razones creo que bastante fundadas, no es otra que la sensación de que en la carrera de Periodismo hay poca gente a la que de verdad le guste el periodismo, que lo amen, que crean en él. Pocas personas (no me atrevo a decir estudiantes) que consideren a nuestra profesión como el compendio de valores que la caracterizan de verdad y que la convierten en uno de los trabajos más bonitos y loables que desde mi punto de vista existen.
Para mi sorpresa había numerosos compañeros que consideraban programas como Aquí hay tomate, de Telecinco, como un ejemplo más de periodismo, justificándose en su seguimiento masivo como parte más de una perversión que vive nuestro futuro ejercicio profesional y que todo lo inunda. Esa perversión consiste en que para estas personas, el periodismo está muy mal considerado por culpa de quienes lo ejercen hoy en día y asolado por una especie de virus de manipulación y falseamiento de la realidad en el que todos caemos.
Mi intervención fue muy concisa: me niego a aceptar que sólo porque determinados medios y "profesionales" constituyan un claro ejemplo de lo que no se debe hacer, haya que meter a todo el mundo en el mismo saco y deducir que el periodismo está contaminado para siempre. Destesto generalizar porque se suele caer en el error. Qué hay de los excelentes profesionales que cada día convierten o han convertido a esta profesión en la que todos los de esa clase elegimos trabajar un buen día? Me negué a aceptar que los Iñaki Gabilondo, Mariano José de Larra, Bob Woodward o Carl Bernstein por citar algunos, aquellos que despertaron mi vocación por el periodismo y que me enseñaron sus verdaderos valores; sean apartados de nuestro modelo a seguir y puedan ser puestos, con todos mis respetos, al mismo nivel que Gran Hermano y los que lo hacen posible.
Más o menos de todo eso se habló en la clase. La última en decir algo fue una chica que había llegado al aula tan solo hora y media antes. Se dirigió a mí varias veces durante su intervención para criticar mi opinión alegando, por así decirlo, que pecaba de idealista y que lo que acababa de mencionar estaba muy bien, pero que en la realidad de la profesión no podía ser así porque los criterios de una línea editorial de una empresa periodística siempre se imponen. Ante este reproche inesperado tras el que la profesora dió por concluído el debate, me quedé con las ganas de preguntarle a esta chica si había oído hablar de la ética profesional, de la deontología que todos deberíamos poner en práctica hasta las últimas consecuencias, hasta la mismísima cláusula de conciencia que nos ampara constitucionalmente en casos como el que ella misma mencionó, con todo el orgullo personal que conlleve, para acabar con los malos hábitos que perjudican al periodismo.
Me mantengo en mi idea de que sin una actitud rebelde frente a este tipo de cosas, jamás podremos mejorar la situación en la que el sector está inmerso y así poder cambiar el mundo. Ciertamente ha sido decepcionante comprobar como en la facultad de Periodismo muchos de los futuros periodistas tiran piedras contra su propio tejado. "Este debate lo veo inútil porque nada va a cambiar", se llegó a decir. Desde cuándo un debate es inútil? Como me dijo un compañero posteriormente: "cada país tiene el periodismo que se merece". No le falta razón. Así nos va.
Para mi sorpresa había numerosos compañeros que consideraban programas como Aquí hay tomate, de Telecinco, como un ejemplo más de periodismo, justificándose en su seguimiento masivo como parte más de una perversión que vive nuestro futuro ejercicio profesional y que todo lo inunda. Esa perversión consiste en que para estas personas, el periodismo está muy mal considerado por culpa de quienes lo ejercen hoy en día y asolado por una especie de virus de manipulación y falseamiento de la realidad en el que todos caemos.
Mi intervención fue muy concisa: me niego a aceptar que sólo porque determinados medios y "profesionales" constituyan un claro ejemplo de lo que no se debe hacer, haya que meter a todo el mundo en el mismo saco y deducir que el periodismo está contaminado para siempre. Destesto generalizar porque se suele caer en el error. Qué hay de los excelentes profesionales que cada día convierten o han convertido a esta profesión en la que todos los de esa clase elegimos trabajar un buen día? Me negué a aceptar que los Iñaki Gabilondo, Mariano José de Larra, Bob Woodward o Carl Bernstein por citar algunos, aquellos que despertaron mi vocación por el periodismo y que me enseñaron sus verdaderos valores; sean apartados de nuestro modelo a seguir y puedan ser puestos, con todos mis respetos, al mismo nivel que Gran Hermano y los que lo hacen posible.
Más o menos de todo eso se habló en la clase. La última en decir algo fue una chica que había llegado al aula tan solo hora y media antes. Se dirigió a mí varias veces durante su intervención para criticar mi opinión alegando, por así decirlo, que pecaba de idealista y que lo que acababa de mencionar estaba muy bien, pero que en la realidad de la profesión no podía ser así porque los criterios de una línea editorial de una empresa periodística siempre se imponen. Ante este reproche inesperado tras el que la profesora dió por concluído el debate, me quedé con las ganas de preguntarle a esta chica si había oído hablar de la ética profesional, de la deontología que todos deberíamos poner en práctica hasta las últimas consecuencias, hasta la mismísima cláusula de conciencia que nos ampara constitucionalmente en casos como el que ella misma mencionó, con todo el orgullo personal que conlleve, para acabar con los malos hábitos que perjudican al periodismo.
Me mantengo en mi idea de que sin una actitud rebelde frente a este tipo de cosas, jamás podremos mejorar la situación en la que el sector está inmerso y así poder cambiar el mundo. Ciertamente ha sido decepcionante comprobar como en la facultad de Periodismo muchos de los futuros periodistas tiran piedras contra su propio tejado. "Este debate lo veo inútil porque nada va a cambiar", se llegó a decir. Desde cuándo un debate es inútil? Como me dijo un compañero posteriormente: "cada país tiene el periodismo que se merece". No le falta razón. Así nos va.
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