domingo, 28 de junio de 2009

De los ídolos caídos

Dice mi idolatrado doctor House que cuando alguien se muere, de repente todo el mundo quiere a esa persona. En el caso de un artista de la talla de Michael Jackson, tan importante en nuestra historia musical reciente, con tantos millones de seguidores por todo el mundo, la pequeña malicia del personaje creado por David Shore se torna en una sentencia de absoluta veracidad. Desde que el corazón del Rey del Pop se parase el otro día, he asistido con sorpresa a manifestaciones desinteresadas de condolencias mediatizadas en la televisión por parte de seguidores suyos que lloraban de tristeza ante la cámara por la muerte de su ídolo. Eran sentimientos sinceros, pues nadie puede fingir esa clase de emociones: el dolor, el asombro, la alegría... Y sin embargo, nunca dejará de sorprenderme ese tipo de reacción entre personas que no conocían personalmente al protagonista de este post y que posibilemente jamás lo fueran a tratar personalmente. La música tiene estas cosas. Y en un mundo globalizado como el nuestro, con razón de más.
A mí no me ha dado por llorar frente a la tele, pero no porque no me hayan enfocado, sino porque de haberlo hecho tampoco creo que hubiera sido capaz. Y de corazón que lo digo sin pizca de ironía o acritud; no quiero cuestionar algo tan íntimo y personal como esas declaraciones de seguidores profundamente afectados por la muerte del artista. Eso sí, he de reconocer que hoy leía en la prensa un par de artículos sobre su vida y veía poco después un extenso reportaje en Cuatro, y tengo que decir que escuchar algunas de sus canciones pone los pelos de punta y un nudo en la garganta (particularmente en mi caso, con Heal the world). Por eso quería escribir esto hoy. No es un homenaje premeditado por culpa de su fallecimiento poque ya lo habría escrito mucho antes. Es sólo mi pequeño reconocimiento, tras lo que absorbí hoy de los medios de comunicación, al tío que creo que mejor ha bailado en toda la historia, con pasos irrepetibles y movimientos inimitables. No sé donde escuché que alguien dijo de él que se movía como si estuviera dentro de la música. Eso es cierto, y también que además cantaba y conectaba con la gente como pocos han logrado hacerlo.
Tampoco es que fuera el suyo mi estilo favorito, ni que la frase de House me represente por completo y me impida olvidar sus discutibles excentricidades y sus escándalos sospechosamente acallados en una vida de silencio y enigma detrás de los escenarios. Pero qué narices. Se ha muerto uno de los ídolos de la música moderna. Quizás su vida privada deje más sombras que luces, pero estos días todo el mundo debería recordarlo como el gran músico que siempre fue, posiblemente el más original y perfeccionista en décadas. Desde este humilde rincón de Internet también quiero sumarme al duelo y estupor que noticias tan desagradables como ésta siempre producen. Y no sólo por la pérdida profesional de un gran personaje como Jackson o por las miles de personas que tenían su entrada para sus últimos conciertos en Londres y se quedarán sin verlo. También porque repasar todas esas imágenes de ese frágil genio loco con mirada fantasmagórica y mansión de juguete me produce lástima. Ni idea de si hay algo de verdad en mi suposición final porque no deja de ser una intuición; pero creo que era un ídolo caído en desgracia. Uno de tantos otros que cumplen este fatídico estereotipo. Un pobre niño grande que en el fondo no era feliz. Descansa en paz y gracias por tu música. Hasta siempre, Michael.

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