Tanto "podemos, podemos" que al final por fin pudimos. La Selección Española rompió su particular maleficio en los grandes campeonatos consiguiendo su pase para las semifinales de la Euro 2008 de Austria y Suiza, eliminando para ello nada más y nada menos que a Italia, actual campeona del mundo. Ese era, por cierto, otro de los gafes con los que había que terminar; el de no ser capaces de vencer en competición oficial a un equipo campeón del mundo. Nunca lo habíamos hecho y por fin lo logramos. Y es que ayer era una noche para quitarnos todos los complejos de encima y romper con una historia de pesimismo y mal fario que ha durado demasiado tiempo. España, selección abanderada de una de las mejores ligas del mundo, no podía ni merecía seguir cargando con ese peso; con un lastre que conjugaba tantos elementos adversos: los temidos cuartos, los enfrentamientos contra los campeones, la aciaga suerte de los penalties, los encuentros en fecha 22 de junio... Ayer por fin terminamos con esa acumulación de injusticias y mala suerte que tanto agobio y presión nos creaba, que tanto nos perseguía. Anoche finalmente cambiamos el signo de nuestra historia y exterminamos a todos nuestros fantasmas. Y el arma definitiva estuvo en la portería.
Pero no solo las paradas de Iker acabaron con nuestro particular Via Crucis. En un partido tenso, largo y agobiante, atenazado por el calor de Viena y el enorme respeto entre ambos equipos, España en su conjunto dio siempre la sensación de estar un par de peldaños por encima de Italia. Antes de que apareciera el héroe Casillas para parar primero dos goles cantados y luego dos penalties, los otros integrantes de la Roja completaron un gran partido ante la última campeona mundialista. Dominó España la posesión de forma casi apabullante, creó las mejores ocasiones, lanzó cuatro veces más a puerta, llegó más al área rival (incluyendo muchos más saques de esquina), le puso más ganas e intensidad al choque y en definitiva controló todos los aspectos que rodean el fútbol, mimándolo con paciencia y toque, con una personalidad y una ilusión de las que ha hecho gala durante casi todo el campeonato y a las que solo les faltó anoche el acierto del gol.
Italia por su parte, vivió como siempre en el alambre, agazapada atrás esperando el error del contrario; alguna contra, algún pelotazo o algún rechace que pudiera cazar Toni, un estorbo permanente, una pesadilla constante para unos expléndidos Puyol y Marchena; delantero letal sinónimo de un peligro latente que daba la sensación de poder machacar el partido y nuestra esperanza en cualquier momento. Pero afortunadamente el gigante italiano tampoco marcó en su último partido. Marchena con su nuca primero, y con su pierna derecha estirándose en un medido centro desde la izquierda después, lo evitó providencialmente. Su amenaza en la sombra solo inquietó dos veces más. La primera para pelear (en posible fuera de juego) un envío por alto que acabó en un chutazo de Camoranessi dentro del área que desvió Casillas con el pie, en la ocasión más clara del partido. La segunda para quitarle un balón de oro a Grosso cuando se disponía a sellar nuestro destino fatídico por enésima vez. Eso y un remate de Di Natale que sacó magistralmente Casillas fue lo único que propuso Italia, muy decepcionante en toda la Eurocopa.
Nosotros fuimos otra cosa, más bien lo contrario. Muy incisivo estuvo Silva por las dos bandas. Desacertados, pero voluntariosos Torres y Villa, tampoco marcaron, aunque dejaron la sensación del coraje de los que quieren ganar cueste lo que cueste, levantándose rápidamente a cada sacudida italiana, a cada oportunidad perdida e incluso a las notables fanfarronerías del árbitro, demasiado tendencioso en todo el encuentro. Inconmensurable anduvo Senna en el medio campo, que realizó un partido expléndido, dando una lección de colocación y salida de balón desde el primer minuto hasta el último de la prórroga. Ayudó en el peso y la iniciativa del juego que dirigió Xavi en la primera parte y Cesc en la segunda, y suya fue la mejor ocasión para España, en un potente disparo desde 25 metros, en el que Buffon a punto estuvo de repetir la cantada de Arconada del 84 en el Parque de los Príncipes de París. El palo evitó el 1-0.
Una a una las ocasiones se nos escaparon y la contienda apeló a la épica para llegar a los penalties y mirar frente a frente a todos nuestros complejos. Yo ya pensé que no pasábamos, lo confieso. Pero todo lo que siempre nos había faltado en los penalties lo tuvimos anoche. La suerte, la frescura, la casta, las ganas y el acierto. La mentalidad que tanto nos había patinado desde los once metros finalmente salió a relucir en los elegidos de Luis Aragonés. Solo falló Güiza. Los demás dieron una lección, constituyeron un ejemplo de concentración y mostraron una sed de victoria como yo nunca antes había visto en España. El resto ya lo sabemos. Casillas ganó su duelo con Buffón y Cesc, un chico de mi edad, nos metió en semis. Hoy ha dicho en rueda de prensa que él y sus 22 compañeros no venían a esta Euro a romper el maleficio de los cuartos, sino que están en Austria para ser campeones de Europa. De momento lo primero ya lo han logrado; ya han cambiado la historia de la Selección. Y hecho lo más difícil, sobrepasando aquello que nos oprimía y sin fantasmas que perturben nuestros sueños, qué fácil parece ahora iniciar una nueva etapa más gloriosa, más acorde y más justa, que pasa por vencer a Rusia este jueves y que puede acabar felizmente el día 29.
Pero no solo las paradas de Iker acabaron con nuestro particular Via Crucis. En un partido tenso, largo y agobiante, atenazado por el calor de Viena y el enorme respeto entre ambos equipos, España en su conjunto dio siempre la sensación de estar un par de peldaños por encima de Italia. Antes de que apareciera el héroe Casillas para parar primero dos goles cantados y luego dos penalties, los otros integrantes de la Roja completaron un gran partido ante la última campeona mundialista. Dominó España la posesión de forma casi apabullante, creó las mejores ocasiones, lanzó cuatro veces más a puerta, llegó más al área rival (incluyendo muchos más saques de esquina), le puso más ganas e intensidad al choque y en definitiva controló todos los aspectos que rodean el fútbol, mimándolo con paciencia y toque, con una personalidad y una ilusión de las que ha hecho gala durante casi todo el campeonato y a las que solo les faltó anoche el acierto del gol.
Italia por su parte, vivió como siempre en el alambre, agazapada atrás esperando el error del contrario; alguna contra, algún pelotazo o algún rechace que pudiera cazar Toni, un estorbo permanente, una pesadilla constante para unos expléndidos Puyol y Marchena; delantero letal sinónimo de un peligro latente que daba la sensación de poder machacar el partido y nuestra esperanza en cualquier momento. Pero afortunadamente el gigante italiano tampoco marcó en su último partido. Marchena con su nuca primero, y con su pierna derecha estirándose en un medido centro desde la izquierda después, lo evitó providencialmente. Su amenaza en la sombra solo inquietó dos veces más. La primera para pelear (en posible fuera de juego) un envío por alto que acabó en un chutazo de Camoranessi dentro del área que desvió Casillas con el pie, en la ocasión más clara del partido. La segunda para quitarle un balón de oro a Grosso cuando se disponía a sellar nuestro destino fatídico por enésima vez. Eso y un remate de Di Natale que sacó magistralmente Casillas fue lo único que propuso Italia, muy decepcionante en toda la Eurocopa.
Nosotros fuimos otra cosa, más bien lo contrario. Muy incisivo estuvo Silva por las dos bandas. Desacertados, pero voluntariosos Torres y Villa, tampoco marcaron, aunque dejaron la sensación del coraje de los que quieren ganar cueste lo que cueste, levantándose rápidamente a cada sacudida italiana, a cada oportunidad perdida e incluso a las notables fanfarronerías del árbitro, demasiado tendencioso en todo el encuentro. Inconmensurable anduvo Senna en el medio campo, que realizó un partido expléndido, dando una lección de colocación y salida de balón desde el primer minuto hasta el último de la prórroga. Ayudó en el peso y la iniciativa del juego que dirigió Xavi en la primera parte y Cesc en la segunda, y suya fue la mejor ocasión para España, en un potente disparo desde 25 metros, en el que Buffon a punto estuvo de repetir la cantada de Arconada del 84 en el Parque de los Príncipes de París. El palo evitó el 1-0.
Una a una las ocasiones se nos escaparon y la contienda apeló a la épica para llegar a los penalties y mirar frente a frente a todos nuestros complejos. Yo ya pensé que no pasábamos, lo confieso. Pero todo lo que siempre nos había faltado en los penalties lo tuvimos anoche. La suerte, la frescura, la casta, las ganas y el acierto. La mentalidad que tanto nos había patinado desde los once metros finalmente salió a relucir en los elegidos de Luis Aragonés. Solo falló Güiza. Los demás dieron una lección, constituyeron un ejemplo de concentración y mostraron una sed de victoria como yo nunca antes había visto en España. El resto ya lo sabemos. Casillas ganó su duelo con Buffón y Cesc, un chico de mi edad, nos metió en semis. Hoy ha dicho en rueda de prensa que él y sus 22 compañeros no venían a esta Euro a romper el maleficio de los cuartos, sino que están en Austria para ser campeones de Europa. De momento lo primero ya lo han logrado; ya han cambiado la historia de la Selección. Y hecho lo más difícil, sobrepasando aquello que nos oprimía y sin fantasmas que perturben nuestros sueños, qué fácil parece ahora iniciar una nueva etapa más gloriosa, más acorde y más justa, que pasa por vencer a Rusia este jueves y que puede acabar felizmente el día 29.
No hay comentarios:
Publicar un comentario