viernes, 19 de diciembre de 2008

Mi terapia con el doctor RetRaiveR

-No, si es que muchas veces no sé ni donde estoy, doctor. Ando como perdido, como fuera de lugar. Me siento ninguneado en ocasiones y en otras muchas admirado; no me diga que no es para desconcertarse! Y luego encima de todo me entristezco porque pasa el tiempo y no logro mis objetivos, las metas que llevo persiguiendo desde hace cuatro o cinco años, cuando empecé la carrera. Claro que en eso tengo bastante que ver, porque soy un maldito vago y tampoco hago nada por evitarlo, pero es que dios santo! Mi vida ahora mismo es..., no sé... Es como si fuera un indivudio aislado y torpe que no logra conectar con la sociedad que le rodea. Me sigue, doctor?
-Perfectamente, continúe.
-Pues eso, que a veces me levanto de la cama y no sé por qué razón me levanto triste. Y claro, desconozco el origen de tan "apenado sentimiento", y entonces comienzo a pensar. Y me voy a la ducha y le ando dando vueltas a la cabeza: que si yo antes no era así, que si yo siempre fui considerado por los míos como un chico muy despierto, que si le he hecho daño a mucha gente recientemente, que si hay gente que me ha hecho daño a mí... Pero luego me bajo a desayunar y sabe qué, doctor?
-Dígame.
-No hay tostadas en la alacena y me pongo de mala leche.
-Suele desayunar tostadas?
-La mayoría de las mañanas sí, acompañándolas con una pequeña taza de café.
-Entiendo... Continúe, por favor.
-Sí, lo que le decía; me enfado mucho, me pongo violento y comienzo a lanzar juramentos a todo lo que me rodea: al microondas, a la nevera, al calendario de tiras de madera del restaurante chino, etc., etc. Grito y me enojo durante un buen rato. Total, que lejos de terminar ahí mi frustración, salgo de casa y me vuelvo a cagar en todo lo que existe a mi alrededor: primero en el frío del puto pueblo en el que vivo, con lo que me acuerdo de que odio el puto lugar en el que vivo y me vuelvo a cagar en él y en sus calles heladas por el frío de la noche; a continuación en el servicio pésimo de autobuses y en el conductor calvo con cara de pocos amigos que nunca, nuca jamás y bajo ninguna circunstancia, responde a mi saludo cortés de "buenos días", por lo que me cabreo aún más a consecuencia de ese detalle, y encima al ver su geta reluciente por las lámparas amarillentas del techo del autocar, me viene a la mente que últimamente yo también estoy medio calvo, ya sabe, por culpa de lo de mi operación, que esa es otra; luego, ya sentado en el autobús junto a alguien maleducado que me ningunea y me mira despectivo, sigo rallándome por ese tema; y, finalmente, me tiro todo el trayecto hasta la ciudad pensando que esto no funciona, que algo va mal.
-Qué le hace pensar eso?
-No lo sé; en el fondo no lo sé. Supongo que se debe a lo que le mencionaba antes cuando le decía que me siento un bicho raro. No termino de encajar en ningún sitio, sabe? Por ejemplo llego a la universidad y hablo con la gente, o mejor dicho, con poca gente, y no termino de expresarme en la misma onda de los de aquí, que me juzgan con la mirada. Pero resulta que después viajo a Galicia para estar con mis amigos de allí y tampoco consigo adaptarme a su estilo. Ni totalmente de allí, ni totalmente de aquí; así me relaciono con las personas, en un limbo de indefinición permanente.
-Y a sus amigos gallegos de aquí, a los que se encuentran en su misma situación, también les ocurre igual?
-Es posible, pero nunca les he preguntado esto.
-Cuénteme por qué motivo.
-No sé..., es que no suelo hablar de esas cosas... Mire; soy muy callado para mis asuntos, lo reconozco, es un defecto que tengo, sí: no soy nada dado a revelar mis sentimientos ni preocupaciones. Supongo que es una cuestión de principios, me entiende? No me gusta abrir mi corazón a las personas; me va más el rollito de hacerme el interesante, de dejar caer las cosas. Me ayuda a ligar, incluso!
-Ya...
-Si me enfado con una persona creo que se me nota enojado, pero luego no tengo los cataplines de ir y decirle por qué estoy raro. Siempre espero y espero para no crear, ya sabe, algún tipo de conflicto, y al final de tanto dejarlo estar me acabo olvidando por completo del asunto por el que me enfadé.
-Le pasa a menudo?
-Le diría que bastante.
-Y nunca explota usted? Nunca llega a un punto en el que no puede más y suelta todo lo que lleva dentro?
-Este verano lo hice. En una ocasión.
-Cómo se sintió entonces?
-Pues no lo sé, supongo que aliviado...
-Continúe, si es tan amable.
-Sí, digo "aliviado" en el sentido de tener valor para afrontar las cosas y por una vez en mi vida ser plenamente transparente con alguien. No sé, a veces tengo miedo de ser un rencoroso por quedarme con las cosas que me duelen de las personas ahí dentro y no liberarlas. Pero si lo hago y me libero, entonces me invade la inseguridad de afrontar la reacción de ése o ésa a quién quiero o aprecio. Usted qué opina, doctor? Soy demasiado complicado? Cree que debería ser más optimista con mi vida y no dejarme llevar tanto por lo negativo que percibo de los demás? Cree en dios?
-Creo que es bueno liberarse más a menudo, pero en todo caso a esas preguntas será usted y sólo usted quién les encuentre respuesta.
-Ah... Me lo suponía.
-No se preocupe; está haciendo grandes progresos. Sé que últimamente no está atravesando una buena racha, pero llegarán tiempos mejores y volverá su optimismo y su ilusión por la vida. Piense que hay mucha gente que le aprecia y que está con usted. Recupere eso que tanto le gusta; el tener de nuevo muy buenas relaciones con todo el mundo y demuestre cariño y cercanía a las personas a las que considere que se lo deba. Recuerde que el secreto de la felicidad está en hacer felices a los demás. Todo empieza con esa premisa.
-Gracias, doctor.
-Y disfrute usted, hombre! Distráigase! Sólo me interesa que piense en todas esas cosas cuando venga a mi consulta. El resto del día no es necesario. Ya verá como en un par de sesiones más, se sentirá más pleno y más a gusto.
-Y qué hay de mi reciente inseguridad en mí mismo y en mi manera de ser y de expresarme? Cómo me ven los demás? Me aterra pensar que tartamudeo mucho últimamente y que tengo lagunas importantes en mi cabeza! Irá a más, doctor?
-Insisto en que no se preocupe. No beba tanto alcohol y todo irá bien en ese sentido.
-De acuerdo, sí... haré lo que me pide. En fin; muchas gracias, doctor RetRaiveR. Nos vemos a la vuelta de vacaciones?
-Eso es.
-Pues muchas gracias de nuevo, y que pase feliz navidad, y que tenga feliz salida y entrada de año!
-Igualmente, gracias!
-Hasta la próxima sesión, adiós!
-Hasta la vista!
Me marché bajando con cuidado la escalera. El doctor RetRaiveR ladeaba la cabeza de lado a lado mientras cerraba la puerta de su consulta. Ahí fuera, frío y un austero alumbrado de Navidad. Ya casi es Nochebuena.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Cuentos en una frase II

El viejo y bohemio Cuentacuentos llevaba griposo desde que el yogurt de macedonia todavía pertenecía a Yugoslavia y desde que las telarañas de su cripta habían conquistado también la cocina, llegando hasta el fregadero mugriento. Ha sido un vasto periodo de letargo en su enorme cama de emperador de la pluma vieja, reposando en busca de la inspiración más creativa que las vistas al cementerio pudieran traerle en una brisa de espanto y hojas resecas de otoño. Pero finalmente ayer me telefoneó y me confesó su nueva ocurrencia para mi blog. Al citarme con él, en las cuencas negruzcas de sus ojos maléficos, el señor de los eruditos del más allá reflejaba cansancio contenido mezclado con ganas férreas de retomar su otra gran obra inacabada: el interminable repertorio de Cuentos en una frase. Habiéndose empapado de manuales de letrados-zombie y tras tragarse numerosas parodias de los Monty Python para saber plasmar en su estilo literario todo el humor que lleva dentro, Cuentacuentos, escritor con alma de fantasma en todos los sentidos, se decidió a proseguir con la colección abordando el tema del que mejor supo escaquearse en vida: la justicia. Con todos vosotros, tras muchos días sin actualizar el Manual, un nuevo cuento de dos líneas titulado El acusado sin-vergüenza...

"Cuando el juez reclamó la presencia del acusado en el estrado para que le vieran las partes, éste subió y se bajó los pantalones"

viernes, 31 de octubre de 2008

La noche de Halloween

Hace 2.500 años los antiguos celtas temían la noche de víspera de difuntos porque decía una remota leyenda del pasado, que en la unión del fin del verano con el principio del invierno, los espíritus salían de sus escondrijos aprovechando la caída del sol. Entonces, coincidiendo con los últimos rayos de luz naranja del crepúsculo, moraba entre las tumbas de los cementerios, con sonrisa diabólica y sombrero de bruja macabra, el terror de todas las criaturas. Un extraño personaje de silueta delgada, capa oscura y ojos largos y brillantes, al que las gentes, asustadas, trataban de evitar encerrándose en sus casas. Lo llamaban Halloween...
Corría el año 300 a. C. y el Señor Halloween se desperezaba en su mausoleo, entre ratas pestilentas y telas de araña en las esquinas. Esa noche saldría a dar un paseo con los lobos y a patear calabazas. Se cepilló sus dientes afilados y verdes como el musgo de los robles del norte, se vistió con su traje negro de larga capa con forma de ala de murciélago y tras ponerse su sombrero puntiagudo medio ladeado, salió de la cripta tarareando una tétrica canción de muertos vivientes. Hacía una noche estupenda con luna llena en un cielo salpicado de estrellas parpadeantes, cómplices en su infinitud de sueños intranquilos para seres de corazón noble. El Señor Halloween caminaba entre los árboles desnudos de un bosque siniestro, a paso ligero codeándose con gracia entre una maleza llena de bruma espesa de gris opaco. Por el camino asustó a dos lechuzas que lo miraban agazapadas en la oscuridad de sendos troncos carcomidos por el paso del tiempo. Sus enormes ojos amarillos enseñaron el miedo por primera vez en sus vidas. Cuando la segunda escapó volando, el Señor Halloween soltó una inquietante risotada.
Entre las lápidas del cementerio del pueblo se encontró con varios fantasmas que gritaban lamentos con profundo y amargo dolor. Pululaban entre los nichos atravesando obstáculos con nerviosismo, destellando con una luminosidad triste como nubes de tormenta. Los saludó con efusividad y se entretuvo unos minutos asustando a algunas alimañas solitarias que se acercaban al camino del camposanto.
Cuando bajó el sendero y llegó a la plaza principal de la aldea, soltó una nueva risotada. Sonó tan aguda y estridente, que las pocas luces que quedaban encendidas en varias de las casas colindantes se apagaron súbitamente, casi al unísono. El Señor Halloween disfrutaba mucho paseando por las calles vacías respirando el pánico de la gente. Le encantaba que le dejasen adornos putrefactos colgados de las puertas y ventanas. A veces incluso roía algún hueso que encontraba por ahí tirado. Era su noche favorita del año, la noche donde los aquelarres congregaban más brujas, donde los muertos se intentaban acercar a los vivos para asustarlos. Era la noche de Halloween y una sombra oscura se movía siniestra por las calles, en soledad plena.
Descendió un poco más por el caminito hacia las afueras y entró en una pequeña finca llena de calabazas. Arrancó muchas, pisoteó bastantes riendo jocosamente en cada fechoría. Arriba en el cielo, la luna temblaba con cada alarido travieso. El río sonaba triste recordando a melodía fúnebre de organillo y monstruos extraños moraban en la profundidad de sus aguas turbias. Recogió de aquella huerta la más grande de todas las calabazas que pudo hallar y la llevó consigo de vuelta nuevamente hacia el pueblo. Una vez en la plaza principal, la dotó de un rostro malvado y desafiante con dos enormes ojos como los suyos y una gran sonrisa de afiladas mandíbulas. Acto seguido, la colgó de lo alto de la fuente de la plaza en uno de los salientes de la figura de piedra y entonces, sirviéndose de una ráfaga de viento que arrastraba hojas secas de otoño consigo, sentenció berrando con furia burlona a los cuatro costados palabras de magía arcana: "Viva la noche de Halloween, temblad todos de miedo y sabed que mientras no haya luz los espectros son los amos de la tierra, para sembrar el terror a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Aceptad el trato o asumid las consecuencias". Y el Señor Halloween de nuevo se echó a reír, esta vez mucho más fuerte y exageradamente. Era el dueño de la noche. La noche que tras toda una eternidad se ha hecho famosa en el mundo entero perdurando hasta nuestros días. La noche que ahora lleva su nombre.