El ciclismo es un deporte impresionante lleno de gente admirable. Lo supe la primera vez que vi por televisión a Miguel Induráin dando una de sus exhibiciones en el Tour. Lo supe desde que conocí a Jaime Ramos. Gracias a él, llevo enganchado a este mundillo de las bicicletas desde hace algo más de tres años, con la gran suerte encima de haber coincidido en el mejor momento de nuestro ciclismo en mucho tiempo; nuestro resurgir desde la época de sequía de Amstrong, con grandes jóvenes talentos que ahora despuntan, como Pereiro, Contador o Valverde, los dos primeros, ganadores de las dos últimas ediciones de la ronda gala.
Ayer sin embargo, la gloria más que merecida fue para un veterano, para un hombre que siempre había estado ahí, codeándose permanentemente con los mejores, sin grandes gestas a sus espaldas, pero sin grandes tropiezos tampoco; sin más medio de lograr el éxito que el del trabajo constante en un segundo plano, con el único reconocimiento para su perseverancia y su entrega. Mientras corredores más explosivos con una personalidad más agresiva nos levantaban del asiento y arrancaban nuestros elogios y aplausos, él se llevaba nuestras quejas y protestas por su falta de aplomo y nervio; su exceso de sangre fría. "Por qué no atacas!?", seguro que más de uno le gritamos alguna vez. Como escribía el otro día de forma magistral Juanma Trueba, quizás porque el carácter español sea así, más voluble, con todos los aficionados más pendientes de arreones imprevisibles y demostraciones espontáneas de genialidad frente a la inteligencia y el temple del que conoce que todo llega para quién sabe esperar. Ayer Carlos Sastre, como decía Trueba, "el más fiel de todos nuestros ciclistas", supo esperar y se llevó todos nuestros aplausos.
Vaya por delante mi ignorancia profunda en la materia, pero la etapa Reina del Tour me decepcionó hasta llegar al último puerto, la mítica subida a Alpe d'Huez. Con el CSC marcando el ritmo, dando excesiva vidilla a Evans y a Menchov, hasta entonces grandes favoritos al triunfo final. Esperé en vano ataques en el Galibier primero y en la Croix de Fer después, pero todo transcurría demasiado previsible y controlado, sin emociones que pudieran cambiar el sino de la carrera. Hasta que llegó la montaña final y apareció Sastre.
La etapa para el abulense me pareció un calco de este Tour y si me apuras, de toda su carrera en general: esperar trabajando como actor secundario hasta el instante de su gran oportunidad, romper el guión y escribir la historia que a sus 33 años hacía tiempo que merecía protagonizar. En la primera rampa del coloso de 1850 metros, la más dura de todas, cambió el ritmo e intentó irse. Solo respondió Menchov, pero había sido una jugada en falso. A diferencia de lo que dijo en su día Marx, aquí la segunda vez que se repitió la historia no fue farsa, sino drama para el ruso, que pagando el nuevo intento por seguirle, se quedaba cortado del resto de favoritos, con los que ya no volvería a contactar hasta a falta de cuatro kilómetros para la cima.
Por delante, Sastre, siempre hormiguita, iba poco a poco metiendo tiempo a sus rivales, imprimiendo un ritmo rápido y constante a golpe de riñón, como subido en una moto, escalando el primero la montaña más famosa del mundo, sin duda conocida por esta gran carrera. En una ascensión memorable, los segundos iban cayendo de cinco en cinco a cada pedalada, rodeado de un mar de holandeses y aficionandos de todas partes que se agolpaban en las cunetas de la estrecha carretera.
Por detrás de su esfuerzo, en el grupo de favoritos la tensión fue en aumento. Descartado Menchov y con Kohl en un querer y no poder, Evans resistía el pulso de Sastre a rueda de unos nerviosos hermanos Schleck. Andy, que creo que algún día ganará el Tour, revoloteaba como una mariposa entre unos y otros, sobrado de fuerza y ambición. Frank, que pienso que se vió obligado a ceder el amarillo por órdenes de Riis, lanzó un par de ataques de prueba para ver como respondían sus rivales. Pero quedaba mucho puerto y los arreones de unos y otros solo ayudaban a que el australiano conservase muchas de sus opciones a llevarse la carrera, como así habría de ser al final. Otro de los que lo intentó fue Valverde, que a buen seguro se hubiera lanzado a por la etapa, pero la diferencia con Sastre y las posibilidades de chafar a su compatriota la victoria final en Paris aconsejaron lo contrario. En un gran gesto, el murciano, visiblemente con fuerzas, se quedaba con los mejores ralentizando el ritmo, hasta permitir también la llegada de un Samuel Sánchez que tras sufrir al inicio, empezaba su remontada.
Evans asumió el mando definitivo cuando el panorama se relajó, a cinco para meta. Entonces la diferencia rondaba los 2'30. Después de sobrevivir a rueda de los demás, apoyándose como siempre en las respuestas que servían de puente a los ataques, al corredor del Silence Lotto no le quedó otra que tirar del grupo y demostrar si quería ganar la carrera. De su esfuerzo Samuel y Andy se vinieron definitivamente arriba y se disputaron un bonito sprint final que acabó ratificando el doblete español en los Alpes. Antes, nuestro héroe Sastre cruzaba la meta besando el maillot del mejor equipo del mundo, el que finalmente le había ayudado a conseguir el liderato. Con 1'34 de ventaja, la cosa está difícil para la crono, pero no es imposible. En todo caso, lo importante sucedió ayer, consiguiendo por fin vestirse de amarillo en el Tour, el premio a toda una trayectoria tras numerosos intentos. Contuvo las lágrimas de la emoción en el podio y nosotros la sonrisa de satisfacción en nuestras casas. La película; su película, tuvo el mejor de los finales, tan inesperado como merecido y brillante. Con Michael Douglas como actor invitado.
Ayer sin embargo, la gloria más que merecida fue para un veterano, para un hombre que siempre había estado ahí, codeándose permanentemente con los mejores, sin grandes gestas a sus espaldas, pero sin grandes tropiezos tampoco; sin más medio de lograr el éxito que el del trabajo constante en un segundo plano, con el único reconocimiento para su perseverancia y su entrega. Mientras corredores más explosivos con una personalidad más agresiva nos levantaban del asiento y arrancaban nuestros elogios y aplausos, él se llevaba nuestras quejas y protestas por su falta de aplomo y nervio; su exceso de sangre fría. "Por qué no atacas!?", seguro que más de uno le gritamos alguna vez. Como escribía el otro día de forma magistral Juanma Trueba, quizás porque el carácter español sea así, más voluble, con todos los aficionados más pendientes de arreones imprevisibles y demostraciones espontáneas de genialidad frente a la inteligencia y el temple del que conoce que todo llega para quién sabe esperar. Ayer Carlos Sastre, como decía Trueba, "el más fiel de todos nuestros ciclistas", supo esperar y se llevó todos nuestros aplausos.
Vaya por delante mi ignorancia profunda en la materia, pero la etapa Reina del Tour me decepcionó hasta llegar al último puerto, la mítica subida a Alpe d'Huez. Con el CSC marcando el ritmo, dando excesiva vidilla a Evans y a Menchov, hasta entonces grandes favoritos al triunfo final. Esperé en vano ataques en el Galibier primero y en la Croix de Fer después, pero todo transcurría demasiado previsible y controlado, sin emociones que pudieran cambiar el sino de la carrera. Hasta que llegó la montaña final y apareció Sastre.
La etapa para el abulense me pareció un calco de este Tour y si me apuras, de toda su carrera en general: esperar trabajando como actor secundario hasta el instante de su gran oportunidad, romper el guión y escribir la historia que a sus 33 años hacía tiempo que merecía protagonizar. En la primera rampa del coloso de 1850 metros, la más dura de todas, cambió el ritmo e intentó irse. Solo respondió Menchov, pero había sido una jugada en falso. A diferencia de lo que dijo en su día Marx, aquí la segunda vez que se repitió la historia no fue farsa, sino drama para el ruso, que pagando el nuevo intento por seguirle, se quedaba cortado del resto de favoritos, con los que ya no volvería a contactar hasta a falta de cuatro kilómetros para la cima.
Por delante, Sastre, siempre hormiguita, iba poco a poco metiendo tiempo a sus rivales, imprimiendo un ritmo rápido y constante a golpe de riñón, como subido en una moto, escalando el primero la montaña más famosa del mundo, sin duda conocida por esta gran carrera. En una ascensión memorable, los segundos iban cayendo de cinco en cinco a cada pedalada, rodeado de un mar de holandeses y aficionandos de todas partes que se agolpaban en las cunetas de la estrecha carretera.
Por detrás de su esfuerzo, en el grupo de favoritos la tensión fue en aumento. Descartado Menchov y con Kohl en un querer y no poder, Evans resistía el pulso de Sastre a rueda de unos nerviosos hermanos Schleck. Andy, que creo que algún día ganará el Tour, revoloteaba como una mariposa entre unos y otros, sobrado de fuerza y ambición. Frank, que pienso que se vió obligado a ceder el amarillo por órdenes de Riis, lanzó un par de ataques de prueba para ver como respondían sus rivales. Pero quedaba mucho puerto y los arreones de unos y otros solo ayudaban a que el australiano conservase muchas de sus opciones a llevarse la carrera, como así habría de ser al final. Otro de los que lo intentó fue Valverde, que a buen seguro se hubiera lanzado a por la etapa, pero la diferencia con Sastre y las posibilidades de chafar a su compatriota la victoria final en Paris aconsejaron lo contrario. En un gran gesto, el murciano, visiblemente con fuerzas, se quedaba con los mejores ralentizando el ritmo, hasta permitir también la llegada de un Samuel Sánchez que tras sufrir al inicio, empezaba su remontada.
Evans asumió el mando definitivo cuando el panorama se relajó, a cinco para meta. Entonces la diferencia rondaba los 2'30. Después de sobrevivir a rueda de los demás, apoyándose como siempre en las respuestas que servían de puente a los ataques, al corredor del Silence Lotto no le quedó otra que tirar del grupo y demostrar si quería ganar la carrera. De su esfuerzo Samuel y Andy se vinieron definitivamente arriba y se disputaron un bonito sprint final que acabó ratificando el doblete español en los Alpes. Antes, nuestro héroe Sastre cruzaba la meta besando el maillot del mejor equipo del mundo, el que finalmente le había ayudado a conseguir el liderato. Con 1'34 de ventaja, la cosa está difícil para la crono, pero no es imposible. En todo caso, lo importante sucedió ayer, consiguiendo por fin vestirse de amarillo en el Tour, el premio a toda una trayectoria tras numerosos intentos. Contuvo las lágrimas de la emoción en el podio y nosotros la sonrisa de satisfacción en nuestras casas. La película; su película, tuvo el mejor de los finales, tan inesperado como merecido y brillante. Con Michael Douglas como actor invitado.
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