martes, 17 de agosto de 2010

New York

La carretera que lleva de Toronto a Nueva York cruza las cataratas del Niagara y serpentea por los estados de New York, Pennsylvania y New Jersey, en donde estaba mi hotel, a traves de campos de heno, plantaciones de maiz y desperdigados bosques de abetos, hallas y robles decorando el paisaje. Desde el autobus, los ratos del viaje en los que no estuve dormitando, observe incluso tojos y dientes de leon salpicando las praderas norteamericanas, verdes como mi Galicia natal pero mas agrestes y salvajes. No se, uno nunca abandona aqui la sensacion de encontrarse en otro continente; en otro mundo distinto y mas grande.
Nueva York habia sido mi gran ilusion desde ninho. Llevaba toda una vida anhelando poner mis pies en sus calles y avenidas; perderme por Manhattan y sentarme en un parque junto al East River, con el puente de Brooklyn al fondo dividiendo su silueta de rascacielos escarpada al ocaso, como en los mejores cines. Voy a ser sincero y confesar que en ningun momento pense con franqueza que tenia la opcion de ir. Ni desde que supe mi destino canadiense alla por mayo, ni siquiera a falta de una semana para la fecha senhalada. Me habia olvidado de esa posibilidad por completo, desterrandola en un potente autoenganho para evitar caer en una falsa esperanza.
Empece a darme cuenta de que me iba a la Gran Manzana incentivado por companheros de trabajo y estudiantes, poco a poco, como hago con ese te calentito que saboreo en invierno mientras disfruto del rugby en la sobremesa de febrero, a pequenhos sorbos para no quemarme. Lo vivi como un tira y afloja entre el deseo que me abrasaba por dentro y el resistirse a dejarlo salir afuera. Y por eso me lo calle hasta el final.
No es para menos. Quien me conoce bien sabe cuanto significaba para mi. De pronto un fin de semana en Nueva York se presentaba irresistiblemente bonito para ser verdad y constituia un riesgo demasiado alto como para emocionarse prematuramente. Si las cosas se hubieran torcido en el ultimo instante, el episodio de frustracion podria haber pasado a la historia de mi vida como la decepcion madre de todos los chascos. Creo que habria llorado y todo del bajon. Ser comedido esta vez me ha ayudado en una espera que habia empezado hace ya muchos anhos y que de haber transcurrido entre nervios e ilusiones desbordantes estas semanas, se me habria hecho interminable, escrito esto ultimo con mayusculas destellantes como los anuncios de Broadway. Ha merecido la pena jugar a ser ingenuo y seguir sonhando. Ahora se que vine a trabajar a Toronto un mes para viajar a Nueva York tres dias.
El viernes por la tarde bajando por una colina en autobus hacia el tunel de Lincoln vi la primera imagen de la ciudad, majestuosa por detras del Hudson, merodeada por helicopteros desde el aire como moscas al pastel. Pocos minutos despues irrumpia en la calle 42 con Sinatra sonando a todo trapo en los altavoces del vehiculo. New York, New York. Me habia puesto guapo para la ocasion y no paraba de frotarme los ojos. Tenia tal comecome en el estomago que creo que de haber sido una mujer la que tenia delante, me habria lanzado a besarla con toda la pasion que habia estado guardando hasta esa fecha. Acto seguido, como un perfecto japones, me dio un ataque a sacar fotos. No pare en las siguientes 72 horas.
Mas tarde, alrededor de las 19h, bati el record de boca abierta y cara de pasmado cuando pise por primera vez Times Square. Esa plaza es la plaza, probablemente la mas famosa del mundo, capaz de condensar en el recinto que limitan sus calles toda la esencia de lo que es Manhattan. El brillo de sus pantallas, la marea humana de gentes que la recorren, la cantidad de cosas que te bombardean por todos lados en cada pestanheo; el glamour, el olor a movimiento. Para-paraba-paraba-parabara... bienvenidos a Nueva York; la Gran Manzana, la capital del mundo, el beso del marinero a la enfermera, la ciudad que nunca duerme, la tierra de las oportunidades.
Al dia siguiente conoci a mi amor secreto, la Estatua de la Libertad, mucho mas pequenha de lo que me habia imaginado, pero radiante por la luz de verano que me acompanho durante una jornada en la que no hice otra cosa salvo caminar por todas partes: el puente de Brooklyn, la sede de Naciones Unidas, Wall St., la Quinta Avenida, los muelles del este con el Pear 17 como buque insignia, el ferry navegando al viento que acariciaba el rio Hudson, el Empire State Building, el Rockefeller Centre y el edificio Flatiron. Al fondo el Chrysler y al sur el Madison Square Garden. A la Estatua le tire un beso y le pedi una cita, pero no me respondio nada. Me quede mirandola en silencio como quien mira la historia y la siente en cada piedra del camino. Me imagine a millones de emigrantes irlandeses e italianos entrando por esas mismas aguas a principios de s. XX, en busca de una vida mejor y sonriendo al acercarse a la ciudad gracias a esa silueta de piedra verdosa que te dice "hola" con sus ojos de esperanza y su antorcha de fuego lento. Es hoy y ya la echo de menos.
El domingo me toco perderme, aposta se entiende, y dejar que mi instinto me llevara por el corazon de Central Park, desde el gran lago hasta Strawberry Fields, y de ahi a la Downtown, primero a Chinatown y Little Italy, y luego por el Soho, West Village y los muelles del Hudson, en busca de alguna de esas casitas pintorescas con un cartel de "se vende" para seguir alimentando mis metas de futuro. Coger el metro para ir a la plaza de Washington, pasear entre las joyerias de Madison Avenue, comer en el Lindy's de la Septima Avenida y hacer creer a la camarera latina que era canadiense; quedarme de piedra al presenciar la Zona Cero, recordando a esa pobre gente que tuvo que verse obligada a morir, observando el cielo nublado en busca de la silueta fantasma de las difuntas torres gemelas del World Trade Center, notando un nudo en la garganta y una pesadumbre reinante en la gran cicatriz sobre la que ahora estan en obras los nuevos rascacielos. Respirar el dolor de los neoyorquinos en ese rincon de tristeza y repasar esas imagenes de destruccion desoladora para sentirme como uno mas de ellos, insignificante en un escenario tan imponente y orgulloso del suelo en el que estaba, para luego alejarme bajo una leve lluvia de tarde de domingo, como las lagrimas de una ciudad que quiero pensar que lloraba mi marcha al igual que yo por dentro mi partida.
Eso ha sido, en un resumen de campeonato, Nueva York en dos dias y medio. He vuelto a Toronto feliz y satisfecho, con las espectativas bien cubiertas porque creo que me ha dado tiempo a ver casi todo lo que se podia recorrer en un fin de semana, y sin atisbo de decepcion o desencanto en el intento. He visitado lo importante con la conciencia tranquila de saber que no disponia de margen para mas. Harlem, Brooklyn, Queens, Long Island, los museos y otras tantisimas cosas que se me quedaron pendientes por fuerza tendran que esperar a la proxima escapada. Y confio en que la nueva espera no sea de otros 24 anhos precisamente. Porque ahora que por fin he estado en Nueva York, puedo constatar de verdad y con razon de ser, que no hay ciudad como ella, ni la habra seguramente. Al menos para mi. Quiero ir a vivir alli porque la adoro y en sus calles me siento diferente; especial. Como decia Sinatra: si lo puedo hacer ahi, lo puedo hacer en todas partes. Esa es su magia y este mi nuevo suenho. New York, New York. I love you.

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