jueves, 23 de agosto de 2012

Cuentos vikingos

Me comprometí ante ciertas personas a recuperar el Manual por aquello de mi nueva vida en Noruega y no quisiera volver a caer en uno de mis defectos por excelencia, el de quedarme en las ideas sin materializarlas, o como alguno me ha recriminado recientemente "prometer mil cosas que luego nunca se hacen". Aquí por tanto la constancia de que cumplo con mi palabra a pesar de que tal vez mis historias desde el norte del mundo interesen poco o nada.
Asumiré ese riesgo con la motivación de que igual estáis tan aburridos que sí os entretienen mis anécdotas después de todo y porque supongo que viene muy bien para el ego eso de recopilar pequeños textos que cuenten tus experiencias cuando estás de estancia en el extranjero, o al menos eso me aseguraron. 
Por esa razón las voy a titular Cuentos vikingos, que es una manera muy sencilla de aglutinar lo que con un poco de perseverancia espero que acabe siendo un serial de entradas sobre mis aventuras en Oslo. Voy a intentar acercar en primera persona la vida que se lleva en la capital de uno de los países más bonitos que existen y, en definitiva, daros a conocer mi día a día por estas latitudes para que en la distancia estemos de alguna forma más cerca. 
Mi plan va a consistir en escribir cada entrega sobre diferentes temas que se me vayan ocurriendo sin demasiada premeditación, que no necesariamente tengan que estar relacionados entre sí y que por supuesto puedan ser recurrentes en el futuro. No en vano asuntos como el sistema educativo o el nivel de vida de los noruegos dan para infinidad de detalles sobre los que volver una y otra vez. 
Si aceptáis la propuesta, me gustaría centrar el breve post de hoy al hilo de eso último que mencionaba y que me sirve para enlazar con una cuestión de vital importancia para cualquier residente en la región de los fiordos o futuro visitante: poderoso caballero, Don Dinero.
Noruega es un país caro, evidentemente no tanto como el Metro de Madrid -a alguien le sorprende la noticia tras el anuncio de la última subida del IVA?-, pero aún así es imprescindible contar con fondos holgados para vivir aquí sin dejar de mantener al mismo tiempo la más estricta de las políticas de austeridad personal, especialmente en lo tocante a vicios como el alcohol o el tabaco, que gravan muchísimo. Desde que aterricé tenía claro que había que restringir las salidas y abstenerse de caprichos y pequeños lujos a los que estaba acostumbrado, pero es que no paro de sorprenderme cada vez que calculo en Euros lo que cuestan las cosas en estos lares. Varias son las referencias que puedo aportar: una cena normalita consistente en una pizza individual más bebida, unos 21€; cuatro pechugas de pollo, en torno a 8€; un paquete de cinco cuadernos, algo más de 13€.
Son costes muy ilustrativos de cómo se las gastan -nótese la gracia- en la 18ª ciudad más cara del mundo, la 5ª de Europa, según un reciente estudio que se puede ojear enlazado aquí. No me equivocaré por mucho si afirmo que las cosas valen aproximadamente un pelín más del doble de lo que suelen costar en España. Menos el transporte público, claro, que gracias al descuento que tengo por ser estudiante me sale por menos dinero del que tendría que pagar ahora en los Madriles.
El otro día me junté con unos compañeros también extranjeros para tomar una cerveza juntos. Pagamos sobre 10€ al cambio por una pinta, pero lo hicimos con sumo gusto. Quizás los altos precios me sirvan para aprender a valorar mejor las monedas que ahora llevo en el bolsillo o para disfrutar de verdad de los pequeños placeres de la vida. No es que derrochara en el pasado como un inconsciente, pero para sobrellevar mi nueva condición de ahorrador prefiero creer en esa posible moraleja de esta nueva y costosa etapa entre vikingos. Es parte de la aventura.

martes, 8 de noviembre de 2011

Autoentrevista o lo que uno se pregunta en voz alta

Un año después el Manual se ha vuelto a actualizar. Nadie hubiera imaginado tan larga espera, pero al final han sido 365 los días de ausencia desde la última entrada. Doce meses exactos sin noticias propias o ajenas que parecían condenar a mis memorias vivas al fondo del cajón del olvido, últimamente demasiado cargado de asuntos en mi cabeza. Con la siguiente autoentrevista concedida en exclusiva se pone fin al eterno periodo de abandono en el que mi blog se había quedado postrado. Preguntas con las que una vez más hago del vicio de escribir terapia para psicoanalizar lo que ha dado de sí el último periodo de mi vida. Una introspectiva abierta. Un balance anual en clave absolutamente personal. Y eso sí: más sincero y honesto que nunca.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Otoño en Cuenca

Adoro viajar y conocer. Va forjado en mi carácter y lo fomento. Lo disfruto como el que más porque me supone entre otras cosas sentirme vivo y vivir despierto. No importa a dónde me dirija ya que la gracia de recorrer mundo radica en hacerlo rumbo a cualquier rincón, sea el que sea. Tal vez debido a que lo que yo busco viajando es compartir vivencias y hacer que la aventura sea posible al formar parte de ella. En este sentido, como sucede con casi todas las cosas de la vida, lo verdaderamente bonito de viajar es hacerlo con gente que merece la pena. Y si encima son escapadas cortas, pero intensas; con varias excursiones diferentes, organización espontánea y mucho movimiento, todavía lo disfruto más. Lo de Cuenca de este pasado fin de semana cumplía esos dos requisitos. El segundo lo intuía. Del primero estaba seguro.
Desde el momento en que se evapora la niebla, la serranía conquense es hermosa en otoño si el día acompaña. El sábado tuvimos un tiempo espléndido, de ese con sol que calienta los huesos sin quemar, haciéndose querer por su poca chispa a medida que se aproxima el atardecer. Bajo sus escarpadas rocas manchegas dibujando hoces sobre los caprichosos recovecos de los ríos, caminamos entre árboles rojos, naranjas y amarillos. Por el camino ermitas inalcanzables, esculturas de ruta misteriosa talladas en piedra y molinos de papel que no existen. Entre medias un paisaje urbano de casas colgadas a la imaginación de los peñascos y un barrio del siglo XIV en lo más alto del frío, con puentes sobre el abismo, iglesias preciosas de rosetones brillantes, bares con tapas de oreja, increíbles macetas y luces suspendidas en las cornisas de un ambiente difuso en torno a la calle San Francisco, con la mirada atenta de un santo fantasmagórico en la lejanía, pendido con pálido reflejo de plata sobre la negrura de la noche.
Cuenca en día y medio me ha encantado, como su célebre ciudad de cuento a cinco kilómetros de distancia. No hubo tiempo para más que pequeños paseos, risas mezcladas con tos y conversación distendida en inmejorable compañía. Todo ello salpicado por sesiones de fotos sin descanso y la paz que brinda sentirse a gusto en un lugar desconocido, sea el que sea. Para el recuerdo recorrer los campos arados en los confines de la Alcarria, tierra rojilla sobre cielo azulado, formando remolinos de hojas secas de chopos a nuestro paso en el coche de Juan, con la música animando el ánimo de los cuatro. Al haber resultado corto, vibrante, especial, fue un viaje perfecto por insuficiente. Porque deja ganas de repetir, en otro lado, en algún tiempo próximo. Yo desde luego estaré dispuesto a un segundo plato. Espero que Cuenca sólo haya sido un aperitivo.