
Mi habitación lo necesitaba. Se había quedado vetusta e infantil, anclada en un pasado que me agobiaba un poco porque sentía que ya no me pertenecía después de todo. Era incómodo y como tal terminaba por no cumplir su misión: contribuir a mi evasión de los problemas diarios. No es que tenga muchos, los suficientes más bien; pero un tipo que pasa tantas horas dándole vueltas al coco necesita que su lugar de trabajo le sosiegue. Ya no conseguía centrarme al escribir y por ahí empezaron las complicaciones. Pasé de escritor frustrado a frustrado escritor frustrado. Y las primeras alarmas se encendieron.
También es mi lugar de descanso, no sólo de trabajo. Es a la vez oficina y local de música; sala de cine, de juegos y de lectura. Y museo. Lo tenéis si cambiáis las vitrinas de una galeria cualquiera por estantes llenos de chorradas, y los cuadros por láminas y posters de incalculable valor personal. Lo único que lamento es que su ventana no tenga vistas al mar. Las heridas del alma dolerían menos con semejante paisaje. Daremos por buena la escarpada Sierra de Madrid.
También es mi lugar de descanso, no sólo de trabajo. Es a la vez oficina y local de música; sala de cine, de juegos y de lectura. Y museo. Lo tenéis si cambiáis las vitrinas de una galeria cualquiera por estantes llenos de chorradas, y los cuadros por láminas y posters de incalculable valor personal. Lo único que lamento es que su ventana no tenga vistas al mar. Las heridas del alma dolerían menos con semejante paisaje. Daremos por buena la escarpada Sierra de Madrid.
Total, que he crecido con todo eso. No es donde más he reído, pero sí donde mucho he llorado. Fue y sigue siendo mi refugio, la república independiente de mi casa. A modo de homenaje no me quise resistir a vomitar aquí esta entrada de Manual. Porque también he crecido gracias a ese mundo encerrado entre cuatro paredes. Una prolongación de mis gustos, un espacio donde sentirme bien y pensar. Mi habitación reflejo de mi ser. Mi habitación favorita.